La paz se acordó el 22 de enero por medio del
Tratado de Durán, que firmado por los generales Pedro J Montero, por los
alfaristas, y Leónidas Plaza, por los gobiernistas, garantizaba la vida y
bienes de los generales vencidos y de todas las personas -civiles o militares-,
que hubiesen tomado parte en el movimiento revolucionario.
Al caer la tarde los generales alfaristas se
retiraron a sus hogares a Guayaquil, situación que fue aprovechada por el Gral.
Plaza para capturarlos uno a uno sin la menor resistencia. Consumada la
traición se ordenó el enjuiciamiento militar del Gral. Montero, quien fue
cobardemente asesinado durante el proceso, en la tarde del 25. Al caer la
noche, de acuerdo a lo planeado, los otros prisioneros fueron llevados a
Durán a bordo de una pequeña embarcación, y luego, en el mismo ferrocarril que
Alfaro había construido con tanto sacrificio y esperanza, fueron enviados a
Quito, al altar de la inmortalidad.
En las primeras horas del día siguiente el
fúnebre convoy inició su macabro viaje; viaje que había sido cuidadosamente
planeado para que el pueblo quiteño tuviera los ánimos exaltados en contra de
los prisioneros. Primero llegaron a Quito los soldados placistas con sus
muertos y sus heridos; y luego, cerca del mediodía entraron los generales
vencidos, y entre gritos, vejámenes e insultos proferidos por los cobardes,
malandrines y asalariados de Freile Zaldumbide y su gobierno títere, fueron
conducidos al Panóptico y encerrados en celdas individuales.
Inmediatamente comenzó la sangrienta faena. La
barbarie, el sadismo, el crimen y la venganza se dieron la mano con el pueblo
quiteño en el horrendo festín, y juntos escribieron una de las páginas más
vergonzosas de la historia del Ecuador. El pueblo, arengado por los
politiqueros, gobernantes y oportunistas, asaltó el presidio e inició la
inmolación de los mártires.
Uno a uno todos fueron asesinados, y sus
cuerpos, mutilados y ensangrentados, precedidos por prostitutas, matarifes,
clérigos y cocheros, fueron arrastrados por las calles de Quito hasta El Ejido.
Ahí estaban tomando parte del festín: José Cevallos, José Chulco, la
Pacache, la Piedras Negras y Las Potrancas; los hampones y los canallas;
mientras en algún rincón de la casa de gobierno, Freile Zaldumbide simulaba
ignorar lo que estaba sucediendo.
Perpetrado el Asesinato de los Héroes
Liberales, el pueblo, los homicidas, los gestores del crimen, todos se
retiraron pacíficamente a sus casas como si nada hubiese pasado mientras
en El Ejido los martirizados cuerpos eran consumidos por el fuego de La
Hoguera Bárbara.
Fue el 28 de enero de 1912.
Diccionario del Ecuador Efrén Avilés Pino
La Muerte de Alfaro constituye
una de las páginas más luctuosas de la Historia del Ecuador, muerto el líder,
el portavoz de las ideas, se asegura definitivamente que las llamas de las
ideas no iluminen nuevamente las conciencias, la política no es otra cosa que
el dominio de uno junto con otros sobre otros y son más crueles cuando la
tecnologías son puestas al servicio del dominio, substituir un rey cívico por
otro nunca es el mejor camino, las ideas combatirlas con otras y recordar es
más fácil hacerlo cuando las tienen ya trilladas. Los personajes
históricos me gustan analizarlos en el contexto de su vida entera, no perdiendo
de vista el futuro, para no caer en las idolatrías del
pasado, pensar siempre que la Historia es para forjadores del
futuro.
Alfonso Pesantes Martínez
TOMADO DE: http://www.efemerides.ec/1/enero/0128.htm